Manuel ha herido a un policía y se ha dado a la fuga, refugiándose en casa de su tío. No sabe el alcance de la lesión pero su tío le aconseja que desaparezca: sea cual sea la gravedad, darán con él y pasará un largo tiempo en la cárcel. Manuel no tiene otra opción que escapar aprovechando la noche y se refugia en un pueblo perdido y abandonado, un pueblo al que ambos deciden llamar Zarzahuriel. Allí, a pesar de no contar con casi nada y subsistir de milagro, Manuel descubre su vida chula. Solo tiene contacto telefónico con su tío, que le ayuda en lo que puede desde la distancia.
La paz, la tranquilidad y la libertad que Manuel respira en Zarzahuriel no le hacen echar en falta nada, al contrario, su precariedad es lo que le acerca, hasta casi tocarla, a la felicidad. Y esto es así hasta que una familia urbanita, los mochufas, como él los llama, decide disfrutar la vida rural y adquiere y se instala en otra de las casas abandonadas de Zarzahuriel.
La adaptación teatral de la novela de Santiago Lorenzo recoge toda la aventura a través de la mirada de los dos hombres, Manuel y su tío. Cada cual desde su espacio van viviendo juntos los distintos estadios por los que pasa la vida de Manuel, separados por la distancia pero unidos en escena como si estuvieran en un mismo lugar. Todo ello a través del castellano radical e inclasificable de Santiago Lorenzo, que dota a la historia de un sentido del humor que es, simplemente, distinto a lo que conocemos.